Nuestros pensamientos, nuestras creencias forman parte de
nosotros. Nuestras creencias alimentan nuestros pensamientos, y por lo tanto
somos lo que pensamos.
Desde que nacemos estamos preparados perceptivamente para
recibir toda la información del exterior y biológicamente hasta los 6 años,
toda esa información que recibimos se almacena en nuestro inconsciente, ya que
aún no tenemos la capacidad de razonar y por lo tanto de cuestionar toda esa información
que nos llega del exterior, y por tanto la aceptamos como válida para toda
nuestra vida.
Pero qué ocurre cuando esa información que hemos almacenado y
que probablemente nuestra madre, nuestro padre o nuestros educadores nos han
ido dando con todo el amor del mundo, no nos es válida para nuestra vida o
nuestras circunstancias actuales… sencillamente nos limitan en nuestro
propósito de vida.
No solo eso que hemos
almacenado hasta los 6 años, es lo que perdura, también a lo largo de nuestro
desarrollo hay otras sentencias que por algún motivo, probablemente la escala
de valores e incluso las propias creencias limitantes de nuestra madre y/o
padre, nos dejan huella y que a lo largo del tiempo tampoco nos hemos
cuestionado, quizá la rebeldía de la adolescencia haya hecho oídos sordos, pero
que llegado un momento en la juventud o adultez estas suaves palabras, las
cuales se han almacenado gota a gota en nuestro inconsciente brotan a nuestro
pensamiento y hacen estragos en nuestro quehacer diario, tanto a nivel personal
como profesional.
Pongamos por ejemplo, para que esto se pueda entender un poco
mejor, que has nacido en una familia donde para ellos es muy importante la
opinión de los demás, y que cada vez que vas a salir simplemente a dar un paseo
con tus amigos y amigas, lo último que oyes al cerrar la puerta es, “que no me entere que haces el ridículo
por ahí” bien, como decía antes en la
adolescencia quizá hasta te reías con tus amigas de este gracioso comentario
que tu padre te hace, quizás hasta imaginas que cosas tendrías que hacer para
poder hacer el ridículo y que bien sabes que tú no haces. De repente un día en
tu trabajo te ofrecen dar una charla para un grupo de colegas y qué ocurre, te
ataca el miedo, no sabes si cumplirás las expectativas de tu jefe, podrás
comunicar de forma eficaz el mensaje un etcétera de incertidumbres que te
atacan y de repente como si estuvieras viendo a tu padre sentado en su sillón,
oyes esa frase tan potente y a la vez tan limitante, “no hagas el ridículo”.
Y aún en este ejemplo,
puedes sentirte contenta o contento,
porque has oído claramente esa frase
limitadora, a la que nunca le habías prestado atención y ahora puedes
cuestionar si ese pensamiento es cierto o no.
También hay otras aseveraciones que no tomamos conciencia de
una forma tan clara y que no somos capaces de identificar y emprendemos una
lucha interna donde comenzamos a desvalorizarnos y a dejar de creer en nuestro
potencial, y comenzamos un diálogo interno “no seré capaz” “no sirvo para dar
una charla”, “que pensarán de mí”, “seguro que sale mal y es por mi culpa” y un
sinfín de pensamientos causados por unas creencias limitantes que alimentan
nuestros pensamientos y por lo tanto nuestra forma de actuar.
Este es tan solo un ejemplo, pero cada día, los adultos estamos
enviando mensajes contradictorios a nuestros hijos e hijas, a nuestros alumnos
y alumnas, y en la mayoría de los caso lo hacemos con la mejor intención
posible, sin saber el peso o el lastre que les estamos colgando para su vida
futura.
Nuestra sociedad, nuestra cultura, y todas las sociedades y
culturas diferentes, están repletas de creencias que se transmiten de
generación a generación y algunas se han quedado obsoletas y aun así
continuamos traspasándolas a nuestros hijos e hijas, y en muchas ocasiones y
según la interpretación que le de quién reciba dicha enseñanza estas creencias
son limitantes y te impiden explorar y mostrar todo tu potencial y nos han
hecho y hacemos personas mediocres y faltas de espontaneidad.
En nuestra sociedad actual en general y en nuestro
hogar, es hora de cuestionar esas
creencias, examinarlas con atención y decidir si es necesario dejar que
nuestras hijas e hijos, que son el futuro carguen con ese peso y no puedan
expandir su máximo esplendor.
Cuida tus
pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque
se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus
hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.
Mahatma Gandhi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario